Esta tarde, como ya es mi costumbre, abrí Twitter durante mi hora de la comida para darle un pequeño vistazo a lo que ocurría alrededor del mundo. Para mi sorpresa, Drake Bell era tendencia. Me imaginé que quizá había sacado un nuevo sencillo o algo por el estilo, pero nunca creí que la razón detrás de ver su nombre en tantos tweets sería tan desconcertante: Él estaba siendo acusado de abuso.
Su ex-novia, Melissa Lingafelt, mejor conocida por su nombre artístico Jimi Ono, compartió a través de un video de TikTok detalles acerca de una relación alegadamente violenta con Bell. El video rápidamente se hizo viral, despertando críticas hacia el actor al igual que publicaciones en su defensa. Desde que la situación explotó hace unas horas, Bell ha negado las acusaciones y Jimi Ono no ha dado seguimiento a las mismas a la hora que estoy escribiendo estas palabras.
No obstante, esta columna no va dedicada a decidir quién está diciendo la verdad, sino más bien a hablar un poco sobre la problemática y tóxica cultura de cancelación.
Nos hemos vuelto veloces para condenar a las personas sin molestarnos en ver ambos lados de una historia. Hay casos concretos en los que la cultura de cancelación hacia los alegados perpetradores de abuso ha retrasado al debido proceso y por ende a la justicia. La opinión pública que deriva de la cultura de cancelación puede corromper el juicio de una forma indebida en una corte de ley, particularmente en sistemas legales parecidos al estadounidense en el que el fallo no recae totalmente en expertos en materia legal sino en ciudadanos comunes y corrientes. El famoso caso de O.J. Simpson y el asesinato de su esposa Nicole Brown es el ejemplo perfecto de esto, en el que el estatus de celebridad de Simpson en muchos sentidos influyó en que fuera declarado inocente. Como resultado de ello, 25 años después de su muerte, todavía no hay justicia para Nicole Brown.
Un caso más parecido al de Drake Bell y Jimi Ono es el de Johnny Depp y Amber Heard, en el que inicialmente la opinión pública se puso del lado de Heard, retrasando la revelación de que era Depp quien de hecho sufría el abuso en su relación. No es exageración alguna que la cultura de cancelación que rodeaba la unilateralidad de este caso pudo haber puesto vidas en peligro.
Todo radica en que vivimos en una época en la que no nos damos cuenta del enorme poder que las palabras cargan hoy en día, especialmente con el enorme alcance que les dan las redes sociales. Es muy fácil condenar a alguien desde la comodidad de tu cama, a través de tu iPhone, limitándose sólo a 280 caracteres como máximo.
Sostengo que TikTok, Twitter, Instagram y el resto de las redes sociales han demostrado ser herramientas efectivas para compartir mensajes, ideas, sentimientos e información con finalidades altruistas y en muchas casos han sido el único recurso que genuinas víctimas de abuso tienen para poder dar a conocer las lamentables situaciones que viven. Sin embargo, nunca serán un sustituto al debido proceso de la legalidad y justicia; no pueden ser el medio por el que decidamos “cancelar” a alguien y decidir su destino como juez, jurado y verdugo.
Irónicamente, la cultura de cancelación que tanto predica el ser una cruzada en busca de justicia para los que carecen de voz, se parece más a una inquisición inclemente, y se ha vuelto igual o hasta más peligrosa que la gente terrible que pretende castigar.
¿Y si cancelamos la cultura de cancelación? ¿Qué es lo peor que podría pasar?
1 Comment
Juan no
Ago 14, 2020 12:35 pmTienes la boca retacada de razon memo.