Durante el período Sengoku, cuando toda la nación se convirtió en un violento campo de batalla, Kagemitsu, el Señor de Daigo, hace un pacto con 12 estatuas de demonios a cambio de la prosperidad y el gobierno del territorio, ya que promete a cada uno de los demonios una pieza de su hijo que está a punto de nacer. El heredero de Kagemitsu llega al mundo entonces malformado y sin extremidades, lo que ocasiona que sea desechado y arrojado a un río.
Con el pasar del tiempo el trato de Kagemitsu con los demonios rinde frutos y la paz llega al país. Sin que nadie lo supiera, el niño creció para convertirse en un ronin llamado Hyakkimaru, con un el único propósito de aniquilar a los 12 demonios que le arrebataron su humanidad. Eventualmente, este guerrero solitario cruza caminos con un niño ladrón llamado Dororo, comenzando así una inesperada alianza donde la línea que divide a los demonios de los mortales se vuelve cada vez más borrosa. Con sus extremidades forjadas por un misterioso doctor y los brazos de espadas, este ronin ciego realiza una sangrienta cruzada contra los demonios.
Es importante notar que esta interpretación de Dororo es la segunda adaptación del manga del mismo nombre y por ende se ha tomado algunas libertades creativas que alteran la trama original pero hacen de la experiencia más disfrutable. No sólo eso, sino que también considerando que estamos tratando con una historia que fue publicada originalmente a mediados de los 60 fue necesario actualizar la naturaleza de su narrativa para llamar la atención de audiencias modernas.
Osamu Tezuka, el creador original de Dororo, es considerado por muchos el “padrino del anime moderno”, responsable de muchos de los tropos que vemos en la animación japonesa hasta nuestros días. Tezuka fue quien definió el estilo visual del anime, los ya conocidos “ojos saltones” de sus personajes y la estructura de las historias que este cuenta. Debido a ello, es fácil ver en Dororo elecciones estéticas y temáticas que se sienten como si pertenecieran a otra época, mismas que de inmediato lo hacen sentir como un clásico, pero son cosas como la simplificación de los personajes y fluidez de las secuencias de acción que al mismo tiempo evocan una atmósfera moderna, resultando en un anime con un aire familiar y fresco al mismo tiempo.
La violencia en Dororo es abundante y totalmente frenética, pero no estamos hablando de combates al estilo de Berserk, se parece más bien a algo sacado de la mente de Tarantino, tanto por lo imaginativo de sus ejecuciones como por la enorme cantidad de sangre que Hyakkimaru deja a su paso. En la misma vena de una película occidental, Dororo usa su trasfondo de acción para explorar ideas más profundas como la naturaleza humana y la filosofía del sacrificio, en este sentido logra ser un anime cautivador incluso para los que prefieren alejarse de historias del tipo shonen en favor de los dramas. En pocas palabras, Dororo tiene algo para cautivar a todo tipo de audiencia.
Es extraño encontrar un anime que se sienta tan especial como Dororo, queda claro que el destacable legado que carga es un gran factor que inspira respeto pero bajo sus propios méritos esta interpretación moderna de una de las grandes obras del entretenimiento oriental se lleva nuestro más alto elogio y recomendación.