Darle una oportunidad a One Piece ha sido una de las mejores decisiones que he tomado recientemente. Bueno, siendo totalmente honesto, comenzar a ver el anime fue un resultado de mi obligación como escritor de contenidos para GamerTagTV, pero quedarme pegado a la pantalla fue una decisión completamente mía.
Entiendo por qué no muchos han dado el mismo salto que yo. Con más de 900 episodios adornando su trayectoria y no dando ningún indicio de que el final de su historia esté cerca, adentrarse al mundo de One Piece puede ser algo intimidante, pero es obvio que el anime está haciendo algo bien. Después de todo, son pocas las series que alcanzan este número tan grande de capítulos sin perder la noción de su propósito original. La obra de Eiichiro Oda es, entonces, titánica en más de un sentido.
No obstante, probablemente una de las dudas más grandes que pueden surgir cuando uno empieza a sumergirse dentro de la historia de One Piece es si acaso las casi 300 horas que vamos a invertir en ver todas las aventuras de Monkey D. Luffy y compañía valdrán la pena. La respuesta corta es un rotundo “sí”; la respuesta larga es describir cómo esta es una historia que puede cambiarte la vida por completo. No estoy exagerando, One Piece desarrolla una de las narrativas más profundas e introspectivas que se pueden encontrar en todo el mundo del anime. A diferencia de sus contemporáneos, este es un shonen cuyo corazón no yace en la acción de sus combates sino en lo que cada una de sus peleas significan; los personajes no luchan nada más porque sí, sino para proteger a los indefensos, buscar sus sueños o redimirse por los errores que cometieron en el pasado cuando todavía no entendían cuál era su propósito en el mundo.
Sostengo que ver a Goku pelear contra Freezer tras convertirse en Super Saiyajin es sin duda uno de los momentos más catárticos de mi infancia. Ver a Naruto enfrentarse a Pain entra en la misma categoría. Pero cualquier pelea de One Piece, analizada bajo el lento correcto, carga con mucho más gravitas, pues son combates que cargan con ideas con las que todos nos podemos identificar de alguna u otra forma. Eiichiro Oda sabe desde 1997 cómo va a terminar la historia, pero creo que son estos fragmentos de emoción humana los que han permitido que se extienda por tanto tiempo de una forma que no se siente forzada; que por el contrario, se siente como un complemento emocional a la experiencia. De esta manera, el montón de episodios de One Piece se vuelve un número menos intimidante, porque entendemos que cada uno de ellos construye sobre el anterior y sirve como escalón para el que le siga.
One Piece rápidamente se ha convertido en muchas cosas para mí. Por un lado es una historia que me atrapó por completo gracias a su colorido elenco de personajes, poderes imaginativos y pintoresco mundo de fantasía. También es una experiencia emocionalmente intensa que de vez en cuando puede ser algo abrumadora en el mejor de los sentidos. Pero creo que, sobre todas las cosas, One Piece es para mí un viaje en el que soy tanto un espectador como miembro invisible de la tripulación de Luffy. Lo mejor de esto, es que se trata de un viaje que puedo compartir, uno al que cualquiera puede unirse si tan sólo da un salto de fé. La mar y la vida son cosas inciertas, pero si algo aprendí de One Piece es que lo son menos si estamos en la compañía correcta.