A inicios de año, decidí reanudar mi tarea de ver todas las películas de David Cronenberg, más que nada porque, entre los grandes del terror contemporáneo, es quien me parece más único en su estilo y en las historias que cuenta. Reanudé mi misión viendo “Crash”, película del año 1996, que tiene una historia de lo más… peculiar.
En la misma, seguimos a James Ballard (interpretado por James Spader), un director y productor de spots para televisión que tiene una relación muy abierta en términos sexuales con su esposa. Tras sufrir un accidente de auto, James verá descubierta una nueva afición: la adrenalina, que lo lleva a meterse en situaciones de lo más peligrosas o bizarras, que después se convierte en un fetiche por “lo mecánico”, derivando en escenas de lo más extrañas y, a la vez, poéticas.
Tras leer esta pequeña sinopsis, habrá 2 respuestas: una de ellas es alejarse lo más posible de este artículo, lo cual no recomiendo, para pensar que es una película horrible y extraña. La otra es tener interés por la película, buscar más sobre ella, verla y después juzgarla bajo sus propios ojos. Ambas respuestas son igual de válidas, aunque es la primera la que me interesa cambiar el día de hoy, porque a mi corta edad he descubierto algo muy interesante que provoca que la gente se aleje de verdaderas obras de arte: el rechazo hacia lo extraño.
En mi artículo anterior, ya hablaba sobre cómo el miedo es una reacción natural hacia cualquier cosa que nos suponga un peligro real o supuesto. Y, en este sentido, es claro que muchos se pueden alejar de conceptos que les resulten extraños. Sin embargo, alejarse de aquello que nosotros percibimos como “extraño” nos puede alejar del verdadero objetivo: la visión del autor.
Aunque “Crash” sea una película con un concepto bizarro, el autor utiliza la premisa para explorar temas como el temor a perder las capacidades tras un accidente de gravedad, el qué tan lejos está dispuesto a ir el humano por sus propio placer e incluso explorar una mente que está dañada pero que, de primera mano, no causa daños a las personas a su alrededor, ni de forma psicológica ni física.
Cronenberg explora, en todas sus películas, los miedos más arraigados en la cultura moderna, como el fracaso profesional, el FOMO, el terror a la discapacidad, el miedo a ser madre o padre. Todo ello mezclado con imágenes extrañas y grotescas, que en su puesta en escena terminan siendo transformaciones casi poéticas del propio humano hasta el límite de que ya no es reconocido como uno.
Sin embargo, incluso si quitamos el aspecto más metafórico o intrínseco del mismo, ver películas extrañas nos puede regalar momentos hermosos en su puesta en escena. “Hellraiser” no sólo es una de las cintas de terror más icónicas que existen, sino que es una de mis favoritas. Y no lo es tanto por la historia (que tampoco es un desperdicio), como lo es por su estética.
Entre el baño de sangre y vísceras que podremos ver a lo largo de la hora y media que dura esta cinta, podemos encontrar una puesta en escena llena de simbología religiosa, un juego de luces y sombras intensas, diseños de monstruos únicos y todo con un toque gótico que lo hace muy diferente al resto de películas de terror que han sido lanzadas durante los últimos 30 años.
Hay gente que no ve “Hellraiser” porque no soporta ni disfruta las películas de terror, que es muy entendible. Pero habrá otros que no la vean porque el simple concepto les parece añejo o demasiado extraño, y que prefieren quedarse con cintas de este género más “sosegadas” como “Midsommar”. Ignorar una película tan buena y tan importante en la historia del género como lo es “Hellraiser” es tirar por la borda la oportunidad de ver una cinta hermosa en todos los sentidos posibles.
Y no caigamos en el error de pensar que solamente el terror sufre de esta “discriminación de la extrañesa”.
“Life of Brian”, “La chica que saltaba a través del tiempo”, “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos”, “Anchorman”, “Tiempo Compartido” y “Paprika” son películas que suelen ser rechazadas por sus conceptos extraños, pero que al mismo tiempo son obras de arte en sus propios géneros que valen la pena analizar más allá de su concepto superfluo para lograr entender que, en esa extrañeza, se esconden obras de arte de todos los sabores y colores.
Salgamos de nuestra zona de confianza. Vayamos a ver cintas que únicamente se proyectan a las 12 de la noche, exploremos otras plataformas más que Netflix, veamos más allá de las 3 películas que solemos ver de forma cíclica.
No es fácil ver este tipo de películas sin cambiar la mentalidad, pero una vez que nos acostumbramos sólo queda ante nosotros un mundo lleno de posibilidades, lleno de escenas icónicas, planos bellos, guiones interesantes. Y claro, sexo con automóviles, que no es nada poético, pero al menos es divertido de ver.