Por años el jurado ha estado deliberando sobre una pregunta que ha causado enorme controversia: ¿puede considerarse a los videojuegos como arte? Hay sólidos argumentos a favor y otros igual de convincentes en contra, pero a pesar del apasionado debate que rodea al tema, quizá nunca lleguemos a una resolución definitiva para la polémica. Es cierto que cosas como el juego de E.T. para Atari definitivamente no podrían considerarse como arte, pero luego nos topamos con obras como el nuevo lanzamiento exclusivo para Xbox y PC, Ori and the Will of the Wisps, un título que hasta el curador de museo más estirado debe de admitir pertenece a la misma conversación en la que se encuentran las composiciones de Bach y los trazos de Chagall.
Primero hablemos del apartado técnico, ya que aunque cada nivel de este juego podría ser convertido en un cuadro para adornar alguna pared del Smithsonian, su estructura mecánica es igual de bella en un sentido puramente pragmático. Ori and the Will of the Wisps pertenece sólidamente al género metroidvania, empleando un gameplay muy en la vena de los plataformeros en 2D modernos, como Rayman Legends, e invitándonos a explorar áreas de forma no lineal para poco a poco ir descubriendo los misterios que se ocultan en el bosque de fantasía donde la historia toma lugar. Los movimientos de nuestro protagonista son igual de fluidos que en la entrega anterior, de hecho, hasta nos atrevemos a decir que ahora lo son más. Brincar, rebotar en paredes, pegarse a ellas, todo el ambiente parece estar pensado para hacernos sentir como un híbrido entre gato ninja y hombre araña. Cuando desbloqueamos nuevas habilidades que nos permiten descubrir áreas previamente inaccesibles, esta facilidad de movimiento se vuelve todavía más aparente, dejándonos sentir un total control sobre la acción. El combate, por otro lado, no se siente tan avanzado en comparación a la encarnación original, pero definitivamente tienen un poco más de frenesí a la hora de que los golpes hacen contacto con los enemigos. Es difícil de explicar, pero si jugaste el primer juego notarás que el combate en esta nueva entrega es más satisfactorio. Todo esto es posible gracias a su sólida frecuencia de actualización de 60 cuadros por segundo, lo que mantiene a la acción con un aire realista a pesar de que su apartado visual presenta el más fantasioso de los contextos. Con esto en mente, y las tecnicalidades fuera del camino, es que ahora sí podemos comenzar a hablar acerca del apartado visual de Will of the Wisps.
Decir que tenemos frente a nosotros un juego bonito no alcanza a rascar ni siquiera la superficie de todo lo que la belleza de Ori and the Will of the Wisps engloba. La paleta de colores, los escenarios dibujados a mano, la sutileza de las animaciones de movimiento, la musicalización; todo se une en perfecta armonía para crear una experiencia que definitivamente no vamos a poder encontrar en ningún otro lugar por más que lo intentemos. No es ninguna exageración describir al juego como el título metroidvania más hermoso que hemos tenido el goce de disfrutar en memoria reciente. No tenemos la autoridad para clasificarlo como tal, pero una sesión de Ori and the Will of the Wisps tiene dotes casi terapeuticos gracias a su increíble presentación.
Ori and the Will of the Wisps toma una de nuestras rutas favoritas para una secuela: refina las partes que funcionaron antes pero construye sobre ellas algo más especial, más íntimo y personal para aquellos que ya conocieron el mundo de Ori, pero que ahora pueden verlo a través de otro ángulo todavía más cautivador. De la misma forma que Klaus es el mejor argumento a favor de que todavía hay un lugar para las películas animadas en 2D, Will of the Wisps demuestra que en la sencillez encontramos una belleza que deja en la sombra hasta a los gráficos más ambiciosos. No vamos a negar que este juego se robo nuestro corazones, si eso no inclina la balanza en favor de los videojuegos en la eterna disputa por definirlos como arte, no sabemos qué podría hacerlo. Le damos 10 de 10 Rasputines.
Una maravillosa aventura
No vamos a negar que este juego se robo nuestro corazones, si eso no inclina la balanza en favor de los videojuegos en la eterna disputa por definirlos como arte, no sabemos qué podría hacerlo.